• RECORDANDO A MANOLO

    The New Barcelona Post

    Foment del Treball

    Febrero 2018

    Hoy, tras visitar El arte del zapato, la merecida exposición sobre Manolo Blahnik que por fin llega a España, recuerdo aquellos días que pasé con él, en su casa de Inglaterra, ayudando a organizar un ejército de manolos.

    Recuerdo llegar a Bath y comprarme unos bodysuits blancos de algodón talla new born en Mark and Spencer cuando Marc and Spencer aún no había llegado a Barcelona. Recuerdo nubes de microscópicos insectos sobrevolar calles adoquinadas. Recuerdo un río, un puente habitado. Una buganvilia esplendorosa en la puerta de un crescent inglés. Tomar el té en una cocina color crema en el sótano de la casa, al más puro estilo Upstairs and Downstairs. Recuerdo a Manolo comiendo plátanos, ofrecerme galletas de mantequilla, contarme que apenas dormía, que apenas comía. Recuerdo al hombre de origen canario, tan británico, tirar insecticida, escandalizarse al verme cerca y pretender dispersar con las manos la nube de spray “¡Tú no lo huelas, tú no lo huelas!”. Era primavera y yo estaba embarazada y Manolo me suplicaba cada dos por tres que me tumbara en el diván de su salón. “¿Qué haces de pie? ¡Échate y descansa! ¡Descansa!” Le recuerdo sugerirme nombres para mis futuros gemelos, Urraca, Benito, Úrsula, “Ahh, qué maravilloso sería llamarse Severo”. Recuerdo su hablar incansable, su saltar trepidante de un tema a otro, su tropel de referencias, lo vivido mezclado con lo leído y visto en el cine, San Juan de la Cruz, Alain Delon, Paloma Picasso, su querida mamá en Santa Cruz de La Palma esperando las revistas de moda cruzar el Atlántico. Su último encuentro con una Jessica Parker a pocos días de dar a luz, ella le enseñó orgullosa y embarazadísima los stilettos que calzaba y Manolo se puso a gritar en medio de un atiborrado photocall: “¡Aghhh, loca, estás loca, sácatelos ahora mismo que te vas a mataaar!” Recuerdo escucharle decir que Kate Moss era la hija que le hubiera gustado tener.

    Qué privilegio fue para mí estar allí. Observar el desarrollo de la que iba a ser su primera gran exposición en España. Quizá la más completa nunca vista. Por deseo expreso de Manolo, Silvia Alexandrovich iba a ser la comisaria, Oscar Tusquets Blanca el diseñador del montaje. Los zapatos se agrupaban por temas que se escribían a mano en diferentes folios: África, el Escorial, Versalles, el punki, los elfos, Rusia. Zurbarán. Silvia hablaba, sugería, aparecían más temas, se dividían en subtemas, y Manolo los aplaudía, los matizaba, se exaltaba, “Ahh, España, ahh, Balenciaga, ahhh, Galdós”. Y llegaban más y más zapatos, no sé sabía muy bien de dónde, invadían las estancias, el alfeizar de la chimenea, el diván, las alfombras, los pufs de terciopelo verde manzana. Botines arquitectónicos, sandalias griegas, calzados invisibles con suelas extrafinas, escarpines y stilettos para reinas, efebos, sirenas y Mata Haris, con plumas, pompones, corales, flores. El universo entero del gran Blahnik desfilaba ante mis ojos: sus obsesiones, su delicadeza, su cultura, su exquisita artesanía.

     

    Le recuerdo intranquilo. Con una modestia que dejaba entrever que todo aquello le importaba poco. A veces cogía uno de los diseños, lo blandía ante mis narices y decía que eso no era nada, un zapatito estúpido, ridículo, horripilante, y lo dejaba caer. Y en ese momento parecía perdido. Como si quisiera huir de aquella tropa de singulares zapatos que crecía y crecía, cada uno de ellos merecedor de un nombre propio, un ejército que se iba imponiendo ante nosotros como una fuerza viva, como un ente aparte, y del que el diseñador era único responsable. Y Manolo murmuraba “todo esto es un horror, un absurdo”. Le recuerdo distraerse constantemente, evadirse, con sus objetos, con las cosas que poblaban su casa, como un pie de yeso con el segundo dedo más largo y nos interrumpía: “Fijaos en este dedo, qué dedo, aaahh Fidias, qué maravilla, soberbio, soberbio.” O agarraba un DVD entre los millares de DVDs que atiborraban una estantería infinita, “¡Ahh, mirad! Vittorio de Sica, Sofía Loren haciendo de pescadera, la pescivendola, ahh, la Loren, la adoro, la amo, Silvia, ¿dónde estás?, ¿y ese zapatito qué hice pensando en Sofía la pescadera? ¿Dónde está? ¡Buscadlo! Silvia, apunta ¡Apunta otro tema!

     

    Recuerdo un Manolo inagotable. Incontrolable. Una mente bulliciosa, híper activa, fuera de lo normal. Un niño. Un dandi. Un loco. Un creador.

    Hubo cambio de gobierno y el proyecto se canceló. Hubiera sido maravilloso llevarlo a término y así poder estar más tiempo con Manolo y Silvia y coleccionar más recuerdos. Hoy, trece años más tarde, visito la exposición que finalmente sí se ha hecho, sin Oscar, sin Silvia Alexandrovich, sin Sofía la pescivendola, sin Luis García Berlanga aún con ánimos de rodar ex profeso para Blahnik un corto sobre el tacón de aguja. Pero hay exposición. Gracias a la revista Vogue, al actual Ministerio de Cultura, al museo de Artes Decorativas, por fin Manolo Blahnik tiene su exposición en España. Cuánto me alegro.

    Qué privilegio recordar a Manolo.
     

    I remember an inexhaustible Manolo. Uncontrollable. A boisterous mind, hyper active, out of the ordinary. Child. A dandy A crazy. I remember those days I spent at his side after visiting "The Art of Shoes", a Manolo Blahnik's exhibition.

    Today, after visiting The Art of Shoes, the well-deserved exhibition about Manolo Blahnik that is finally in Spain, I remember the days I spent with him in his house in England helping him organise his wonderful manolos.

    I remember arriving in Bath and buying white cotton bodysuits for new-borns in Mark and Spencer when there wasn’t a Marc and Spencer yet in Barcelona. I remember clouds of microscopic insects flying over cobbled streets. I remember a river, an inhabited bridge. A splendid bougainvillea on the door of an English crescent. Having tea in a cream-coloured kitchen in the basement, just like in Upstairs Downstairs. I remember Manolo eating bananas, offering me butter biscuits, telling me he barely slept, that he barely ate. I remember a man of Canarian origin, so British by then, vaporising pesticide, scandalized when he saw me nearby and waving his hands through the cloud of product saying “Don’t smell it, don’t smell it!” It was spring and I was pregnant and Manolo begged me to lie on the couch in his living room every five minutes. “What are you doing standing up? Lie down and rest! Rest!” I remember him suggesting names for my future twins, Urraca, Benito, Úrsula, “Ahh, how wonderful it would be to be called Severo”. I remember his tireless chat, his jumping franticly from one topic to another, his thousands of references, what he experienced mixed with what he had read and seen at the cinema, San Juan de la Cruz, Alain Delon, Paloma Picasso, his beloved mother in Santa Cruz de La Palma waiting for fashion magazines to cross the Atlantic. His latest meeting with a proud and very pregnant Jessika Parker who showed him the stilettos she was wearing and Manolo began to scream in the middle of a crowded photocall: “Aaah, crazy woman, you’re crazy, take them off right now! You’re going to kill yourself!” I remember hearing him say that Kate Moss was the daughter he would have liked to have.

    oday, after visiting The Art of Shoes, the well-deserved exhibition about Manolo Blahnik that is finally in Spain, I remember the days I spent with him in his house in England helping him organise his wonderful manolos.

    I remember arriving in Bath and buying white cotton bodysuits for new-borns in Mark and Spencer when there wasn’t a Marc and Spencer yet in Barcelona. I remember clouds of microscopic insects flying over cobbled streets. I remember a river, an inhabited bridge. A splendid bougainvillea on the door of an English crescent. Having tea in a cream-coloured kitchen in the basement, just like in Upstairs Downstairs. I remember Manolo eating bananas, offering me butter biscuits, telling me he barely slept, that he barely ate. I remember a man of Canarian origin, so British by then, vaporising pesticide, scandalized when he saw me nearby and waving his hands through the cloud of product saying “Don’t smell it, don’t smell it!” It was spring and I was pregnant and Manolo begged me to lie on the couch in his living room every five minutes. “What are you doing standing up? Lie down and rest! Rest!” I remember him suggesting names for my future twins, Urraca, Benito, Úrsula, “Ahh, how wonderful it would be to be called Severo”. I remember his tireless chat, his jumping franticly from one topic to another, his thousands of references, what he experienced mixed with what he had read and seen at the cinema, San Juan de la Cruz, Alain Delon, Paloma Picasso, his beloved mother in Santa Cruz de La Palma waiting for fashion magazines to cross the Atlantic. His latest meeting with a proud and very pregnant Jessika Parker who showed him the stilettos she was wearing and Manolo began to scream in the middle of a crowded photocall: “Aaah, crazy woman, you’re crazy, take them off right now! You’re going to kill yourself!” I remember hearing him say that Kate Moss was the daughter he would have liked to have.

    I remember an inexhaustible Manolo. Uncontrollable. A boisterous, hyper active, out of the ordinary mind. A child. A dandy. A mad-man. A creator.

    There was a change of government and the exhibition got cancelled. It would have been wonderful to see it happen, to be able to spend more time with Manolo and Silvia and to collect more memories. Today, thirteen years later, I visit the exhibition that has finally happened, without Oscar, without Silvia Alexandrovich, without Sofia the pescivendola, without Luis García Berlanga still with the spirit to shoot a short film about stilettos just for Blahnik. But there is an exhibition. Thanks to Vogue magazine, to the Ministry, to the Museum of Decorative Arts, finally Manolo Blahnik has his exhibition in Spain. I’m really happy.

    What a privilege it is to remember Manolo.