• JOYAS PARA TOCAR, JOYAS PARA MIRAR

    Artículo sobre la exposición Joies d’artista del MNAC, Barcelona. 2010

    Lucho para concentrarme en el valor artístico de cada pieza y no pensar en mí. Me sitúo en el momento histórico, ahora el Modernisme, Masriera, Lalique, las flores y las mujeres insecto, ahora el Noucentisme o Art Decó con el descubrimiento de Egipto, y los mismos Masriera y Lalique dando un giro formal emocionante, con la misma gracia y el mismo talento, a geometrías y formas rotundas; más allá el cubismo y los cuadrados y triángulos superpuestos y estos colores tan de Gris y compañía, luego el Dadá y los objects trouvés, las piedras y los cordeles. Al final aparece un excesivo Calder, el loco Dalí, las terracotas de Picasso. Me esfuerzo en apreciar la corriente artística que se manifiesta en cada joya: éste es el hilo argumental de la espléndida exposición Joies d’artista. Del Modernisme a l’Avantguarda, que podemos contemplar en el MNAC hasta el próximo mes de febrero. Pero durante mi disciplinada visita, vitrina a vitrina, no consigo ni por un segundo olvidarme de mí. De esa chica coqueta y caprichosa amante de las compras que reacciona como si estuviera en una vulgar tienda –vulgar por terrenal y por comparación a un museo, ninguna tienda puede ser vulgar con semejante producto a la venta– y tuviera que escoger algo con ansiosa urgencia para lucirlo esa misma noche. Y me voy entusiasmando y cabreando a la vez, con un pensamiento compulsivo y cíclico martilleando mi cabeza, ésta no me la pondría, esta sí, ésta ni de coña, con ésta me pintaría las uñas de verde esmeralda, ésta debe pesar que te mueres, pero ¿dónde va este tío con semejante cuadro? ¿Cree que las mujeres somos expositores andantes?
    Al final me avergüenzo un poco por mi incontrolada pasión consumista, y también porque me doy cuenta, extraña y claramente, de que no me gustan los broches, me gusta mirarlos pero no quiero llevarlos. Pero ¿por qué no me gustan?. Curiosamente es una de las piezas que más se repite. Me pregunto si será más por deseo del artista que por el del cliente, ¿será más fácil diseñar algo que se puede colgar en un grueso abrigo?. Las mujeres queremos estar bellas y las joyas nos ayudan, como las medias y el maquillaje. ¿Es eso menos importante que los deseos del artista por expresar su arte? ¿Son mejores las joyas diseñadas por orfebres preocupados por los lóbulos de las orejas de una pequeña dama burguesa? ¿O las creadas por aquellos que gozan de un indiscutible prestigio artístico inscrito ya en la historia del arte? Pienso que quizá en el debate al que voy a asistir me lo aclaren.

    Cincuenta personas sentadas en las empinadas gradas del auditorio de la sala oval miran en silencio cómo Oscar Tusquets Blanca se arrodilla en la tarima. Daniel Giralt-Miracle, Chus Burés, Dani Freixes, Susana Solano i Joan Vila-Grau, también. El primero de ellos es el moderador de la mesa redonda El poder d’atracció de la joia que ha organizado el MNAC con motivo de la exposición. El resto, junto con Tusquets, son las personalidades invitadas a participar en la charla.
    Probablemente el arquitecto va acelerado. El debate acaba de empezar, es su primera intervención, el público no debe haber entrado en calor (a pesar del sofocante aire caliente que circula por la sala); es demasiado pronto para alborotarse ante tales demostraciones de júbilo.
    El motivo del gesto de rendición de Tusquets ha sido escucharse a sí mismo nombrar a Mariano Fortuny y Madrazo. Como si lo hubiera oído pronunciar en labios de otro, ha quedado unos segundos en silencio, mudo por la sorpresa, seguido de inmediato por un arrebato de crispación –como si ese otro que ha hablado y que no es él mismo le llevara la contraria o pusiera en duda al genial y prolífico artista e hijo del ilustre pintor–.Tusquets se altera, se revuelve en su asiento, exclama: “¡Y un respeto!, ¿eh?, ¡un grandísimo respeto! ¡Que él sí que era un genio!”, y es entonces cuando se ha tira de rodillas al suelo desde la butaca azul, levantando los brazos en una expresión de rendición y pleitesía; y ni sus rodillas, ni sus sesenta y nueve años, y ni mucho menos un asomo de vergüenza –¿alguna vez Tusquets sintió vergüenza?– frenan el ímpetu del entusiasta gesto.
    Pero la sala está fría, a pesar, insisto, de la calefacción a chorro, y no hay ninguna reacción ni en el estrado ni en las gradas, hasta que Giralt -Miracle, mirando al infinito y con su imperturbable media sonrisa, aligera levemente la situación con una aflautada ironía: “¿I la fotògrafa, on és, ara?”
    Todo ha empezado con la intervención de Dani Freixes, el acertado montador de la exposición a quien Miracle presenta con un comentario de moderado entusiasmo:
    –Tú sí has tocado todas las joyas.
    Dani se excusa, “todas, todas, no”. Un pequeño accidente de cadera se lo ha impedido, pero su apreciada ayudante, sí lo ha hecho.
    Dani Freixes es arquitecto e interiorista, Premio Nacional de Diseño 2001, creador de ambientes y emociones por donde pasa, en bares que jamás olvidaremos, en museos o montajes efímeros, o en la calle, cuando te encuentra y te pregunta por los niños y saca una nariz de payaso e improvisa una pequeña función con los dedos. Dani agradece al MNAC que le hayan dejado mantener –que no despilfarrar– tanto espacio entre las pequeñas joyas expuestas. Veía necesario tratarlas como piezas exquisitas, creando a su alrededor espacios íntimos, exclusivos, resueltos gracias a unas idóneas vitrinas negras. Nos cuenta con su rugosa y cálida voz lo que le habría gustado hacer y no pudo ser por razones de presupuesto. Habla de la sensualidad de las joyas, de como se muestran habitualmente, nunca estáticas, siempre en movimiento, así las llevamos, arriba y abajo, en una fiesta, en una cena, así también deberíamos mirarlas, de soslayo, nunca fijamente. Esa magia al ser contempladas es lo que a Freixes le hubiera gustado conseguir con su montaje. A través de un juego de luces, encendiéndose  y apagándose en un entorno oscuro y con unos espejos donde habríamos podido ver nuestro propio reflejo.
    Oscar corrobora su opinión. Le parece muy difícil exponer joyas y lo extrapola a vestidos y zapatos –complemento este último que por su flexibilidad estaría entre la joya y el vestido –. Le parece antipático y casi angustioso ver exposiciones de prendas que visten maniquíes inanimados, no las entiende: por muy magníficas que sean las piezas, que casi siempre lo son, sin la vida del cuerpo humano le parece estar contemplando una batería de “¡cadáveres!” –grita enfurismado – “¡cadáveres en fila!”. Tusquets pone como ejemplo los magníficos pliegues del vestido Delfos, –hay un Delfos expuesto al final de la exposición que nos ocupa– la caída del tejido, ¿cómo entender el maravilloso vestido de Fortuny sin verlo en movimiento?. Y entonces ha oído su propia voz nombrando a Fortuny.

    Chus Burés es joyero, por tanto el único representante de la joyería entendida como oficio que asiste a la charla. Chus se dio a conocer al mundo en plena movida madrileña con su peineta asesina para la película Matador de Almodóvar; vive entre Madrid y Tailandia, imparte múltiples talleres y es proclive a la experimentación: desde mezclar chocolate con oro a colaborar con artistas como Louise Bourgeois, Antoni Miralda o Zaha Hadid. A la arquitecta iraní la nombra con cautela, “es una mujer muy polémica y muy cuestionada”. Quizá gracias al previo aviso consigue que el irritable Tusquets no levante una ceja. Parece pues, saber muy bien de qué habla cuando intenta explicarnos la diferencia de método entre el artista de otra disciplina que se embarca en el diseño de joyas, y un joyero:
    -Al artista no le importa la producción, el peso final, la importancia entre 20 gramos de más o de menos, él quiere diseñar para sus amigos, para sus amantes, hacer una perfomance, crear un momento, una foto. El artista crea sin limitaciones de este tipo. El ejemplo claro es Calder, con su súper joya que hay que llevar encima de los hombros. Lo incómodo que debe ser eso…
    Oscar le interrumpe.
    –¿Y eso te parece bien? –Burés parece reflexionar pero Tusquets no le da tiempo, el arquitecto se muestra de nuevo agitado, sacude las manos y concluye–: –¡Las joyas de Calder son malas, malísimas!
    La sala reacciona por fin y se ríe, Giralt-Miracle sonríe y mira al infinito. Tusquets sigue:
    -El artista no es un tío colgado que hace lo que le da la gana –el arquitecto hace unos gestos afeminados y la sala se alborota, aunque repentinamente y aún con las risas coreándolo, se pone muy serio para añadir: – Las mejores obras de arte de la historia responden a un encargo.
    Joan Vila-Grau, pintor y vidriero –autor entre otras piezas del absis y dos ventanales de la Sagrada Família– con bastón y barba blanca, corrobora con su velada voz a Tusquets. Nos pone como ejemplo el retablo de la Mare de Déu dels Consellers, de Lluís Dalmau, expuesto en la casa, obra que, como él nos explica, responde a un minucioso encargo:
    – A Dalmau el cliente se lo definió todo, cada elemento, la colocación de cada uno de los personajes fue planteada de antemano. Y es deber del artista hacer de esas exigencias algo bello, solucionarlo y crear una obra de arte.

    Susana Solano, escultora, participante entre otros certámenes internacionales de la Biennale de Venecia y la Documenta de Kassel, nos explica cómo llegó a la joyería con una historia íntima y conmovedora. Su madre, “como se hacía en el pasado, eran otros tiempos”, aclara un par de veces, “durante toda su vida fue reuniendo el oro perdido, el oro roto, el oro que iba encontrando por la casa: de los marcos, de las joyas rotas, de los dientes o muelas postizos”. “Ahora parece extraño, pero antes era muy normal”, vuelve a aclarar en un momento en que parece dudar de sí misma. Tusquets la anima:
    –¡Sigue, sigue, que vas muy bien!
    Cuando su madre murió ella decidió fundir ese oro reunido en una cajita y con el resultado obtenido diseñar tres joyas distintas: una para cada hermana.
    Susana quiere destacar una pieza entre todas las demás: El rapto de Lalique, ubicado entre unas alhajas de Rodin y ante la Joventut de Llimona, le parece que es la mejor pieza de la exposición, le maravilla cómo el raptador sale del colgante con esa fuerza, emulando a Rodin y sus cuerpos saliendo de sus peanas, y la califica de magnífica joya-escultura. Esa definición a mí me inquieta, ¿alguien quiere llevar encima una escultura?
    Miracle sonríe satisfecho, mira a la grada, y comenta con su fina ironía:
    -No tienes mal gusto.
    A la salida del debate me encuentro con Susana Canales, la mujer y mano derecha de Dani Freixes, y me dice entusiasmada que fue ella la que tocó todas las joyas con sus manos, y levanta las palmas y hace vibrar los cinco dedos de cada una. Yo la envidio profundamente y casi me tranquiliza imaginar que las prisas o el personal de seguridad de un montaje de estas características le debieron impedir probárselas ante un espejo. La excitación de dos chicas hablando de joyas quizá ha hecho que Susana me chive, extraoficialmente, que el maravilloso colgante del rapto que tanto ha alabado la otra Susana, la escultora, nunca fue llevado por ninguna mujer. Entonces recuerdo las sabias palabras de Joan Vila-Grau “yo sólo entiendo la joya cuando entra en contacto con la piel, cuando se calienta, cuando se toca, cuando se convive con ella. Sólo entonces adquiere su principal sentido”. A Oscar Tusquets eso le ha abierto un mundo y se lo ha dicho. A mí también me lo ha abierto, no se lo he dicho, pero le agradeceré siempre haberme hecho entender por que no me gustan los broches. Ando por la sala oval buscando la salida y sintiendo una profunda lástima por el magnífico colgante de Lalique. Pobre, lo que se ha perdido. Una gran joya, magnífica cuando es expuesta y mirada en una vitrina, pero que ninguna mujer pudo lucir en su escote durante una íntima velada a la luz de unas velas.