• DIVINAS Y CURRANTES (O EL SUEÑO DE GABRIELLA)

    Artículo para Marie Claire España 2

    (Versión larga del relato publicado)

    Nº 6/Otoño/invierno 2011/2012

    MClaire publica en exclusiva las imágenes de la impactante exposición de 1932 donde Coco Chanel mostró al mundo, una vez más, su inmenso talento. La calidad del diseño de las joyas, que marcaron un antes y un después en la joyería internacional, junto con la moderna y provocadora puesta en escena, hacen de este testimonio gráfico un referente vivo plenamente contemporáneo.
    Eva Blanch de Blanca crea un relato basado en dichas imágenes.
        

    Gabriela duerme y sueña con una diadema. En unas finas cadenas de diamantes que reptan desde la raíz de un pelo color azabache, como barbas de una preciosa pluma en movimiento. Gabriela duerme en el Ritz de la place Vendôme, en una junior suite entre cojines de hilo blanco y un ángel tapizado en el cabezal de la cama. A su lado, el libro de Paul Morand, “Aire de Chanel”, reposa manoseado y devorado hasta la última página. La mujer del sueño de Gabriela lleva largas pestañas postizas y está muy quieta. Es un maniquí de cera con un soplo de vida que sonríe, esperando, tranquilo y feliz, a que la fiesta termine, a que Europa se apague, a que una imprevista crisis económica arrase con todo.
         Gabriela se despierta. Abre la luz de la pequeña lámpara de la mesita de noche y en las guardas del pequeño libro dibuja con prisas la cabeza, la sonrisa, dos estrellas de Belén y una diadema. Se incorpora, Isaac le da la espalda, parece dormir profundamente. Gabriela decide vestirse y bajar al bar, tomarse un café y esperar a que sean las diez y media. A esa hora cruzará la plaza para entrar en el número 18.
         Se sienta en una mullida butaca de piel oscura. No va a dejar escapar este sueño. Por una vez va a creer en las cosas que le cuenta su hermana. En la fuerza de los sueños, las visiones, los pensamientos. En vidas en tránsito que se niegan a irse, convencidas de que han dejado demasiadas cosas por hacer.
         A Gabriela la cabeza le da vueltas. Siente que su vida empieza de nuevo. La crisis del 2008 está acabando con la empresa de su marido y ella navega entre hundirse en la tristeza o ponerse a trabajar en ese pequeño, ingenuo, personal y casi absurdo proyecto que ha tenido tanto tiempo enterrado.
         Mientras el camarero le va sirviendo unas deliciosas pastas de mantequilla que no va a probar, se va inquietando cada vez más. Ha soñado con unas fotos que nunca han visto la luz, unas imágenes que son el testimonio de la inigualable exposición del año 1932 en la que Cocó mostraba su primera colección de joyas.
         Gabriela sale del Ritz y cruza la plaza en línea recta, sortea porteros con paraguas, coches oscuros y el muro de piedra de la entrada peatonal del parking. Sigue pensando en la mujer de la diadema. Una mujer feliz en un mundo que agoniza tras el crack del 29, con una Europa que envejece inexorablemente. Coco Chanel vistió a su maniquí para salir a divertirse, a beber y a bailar, para convertirlo en una mujer divina y fresca, moderna y alegre, una mujer dispuesta a volver a empezar, al día siguiente, sin miedo.
         La puerta del número 18 se abre y entra en Chanel, joaillerie. Se sumerge en un espacio lujoso y confortable, como el salón de un apartamento sofisticado y vivido, tan cálido que no cohíbe. Dos sofás tejidos con urdimbre dorada, lámparas de cristal de roca, los famosos biombos de Coromandel, más grandes y hermosos de lo que había imaginado. Una señorita vestida con anchos pantalones negros y semblante amable se acerca, Gabriela rebusca en su bolso, saca el libro, dobla las blandas tapas y le enseña sus dibujos a boli.
         La señorita no parece sorprenderse, y entonces Gabriela lo entiende. La diadema no es una diadema, es un collar.
    –Es el collar Franges, señorita.–La dependienta está feliz. –Usted lo ha dibujado como una tiara tal y como a mademoiselle Coco le gustaba hacer. Incluso lo colocaba del revés, con los hilos de diamantes cayendo por la frente...
    Gabriela sale de la tienda con las mejillas encendidas. Claro. Coco diseñó un collar y, probablemente, durante el montaje de la inigualable exposición de 1932 –qué fácil resulta imaginar a Gabrielle Chanel trabajando en el montaje, improvisando, dejándose arrastrar por su talento–, algo vio en ese maniquí –un maniquí daliniano y tierno que hace posible que algo daliniano sea tierno sin caer en un oximorón–y el collar pasó de ser collar a ser tiara.
         La place Vendôme no tiene bancos y Gabriela tiene ganas de sentarse. Cerrar los ojos y sumergirse en el talento de esa mujer excepcional capaz de adelantarse a todo. Con las joyas del 32 Coco desafió al desánimo y a la tristeza ante las dificultades, una vez más, con vitalidad y carisma. Ella, que en los años de bonanza y riqueza, diseñó y defendió la bisutería, –le parecía una arrogancia añadir más lujo al lujo –, en tiempos de crisis económica creó su primera colección de joyas con el más preciado de los materiales, el diamante, –el que reúne el mayor valor en el menor volumen. Joyas abiertas y sin cierres como las dos versiones del collar Comète, versátiles como la colección Franges, todas ellas flexibles y adaptables a las curvas del cuerpo femenino.
         Gabriela no quiere sentir más miedo ante este nuevo crack económico que vapulea al mundo entero. Tirará adelante su pequeño proyecto, decidida a dejarse la piel por él. En una de las múltiples reflexiones de Coco que reúne Paul Morand en su libro – confesiones nocturnas de una lúcida, sabia y rabiosa Coco –, mademosiselle se muestra decidida a ir a otra parte, a hacer otras cosas. “Durante cincuenta años he trabajado más que nadie. Nada sustituye al trabajo, ni los títulos ni el aplomo, ni la suerte
    Gabriela sonríe. Piensa en su hermana y en las vidas en tránsito y espera que la vuelta de Coco suceda pronto. Las palabras que cierran el libro así lo pronostican:
    –“… seré una mala muerta, ya que una vez que esté bajo tierra, me agitaré, sólo pensaré en regresar a la tierra para volver a empezar.”
         Gabriela se ríe y piensa que aquí la esperamos, todas nosotras, en nuestra vieja y amada Europa, metidas en un mundo que de nuevo cambia sin saber hacia dónde. Aquí estaremos. Divinas y currantes.